Que sí, que Madrid es muy bonita, muy cosmopolita, muy heterogénea, muy gastronómica, muy terracea, muy de barrio… Pero, hay mucho más que descubrir en menos de 100 kilómetros a la redonda.
Desde CasaToc viajamos a los pueblos más bonitos de Madrid.
1. San Lorenzo del Escorial
Haríamos muy, pero que muy mal si redujeramos todo este pueblo en solo un monumento. Es cierto que el archiconocido monumento (único en aparecer en todos los tratados de arquitectura del mundo) le roba mucho protagonismo con esas medidas gigantescas, esa sobriedad y esa plantta en forma de parrilla en homenaje al San Lorenzo, martirizado en las brasas. La gran obra de Juan de Herrera dicta el estilo arquitectónico del que se contagian rincones como la casa de Oficios y la de Infantes. No obstante, el pueblo depara alguna sorpresa rebelde como el simpático Real Coliseo de Carlos III, uno de los teatros más antiguos de España, conocido popularmente como «La Bombonera».
2. Buitrago de Lozoya
El río Lozoya escarba una profunda hoz donde se levantan las murallas y el trazado medieval de este pueblo. Al margen de castillos, torres y puentes centenarios, este pueblo guarda una sorpresa final muy cubista. Nada más y nada menos que un Museo Picasso, con las obras que el genio malagueño regaló a su barbero y amigo Eugenio Arias, natural de esta localidad.
3. Chinchón
No sería arriesgado decir que en Chichón se inventó el turismo de día, el dominguerismo que hizo furor en los 70 y 80 y que hoy vuelve a tener su público. Razones no le faltan, con una Plaza Mayor de ensueño, un castillo para los paseos, un cuadro de Goya y decenas de bares y restaurantes con cocina tradicional y un buen anís para rematar la jornada. Y luego está ese mundillo subterráneo de cuenvas, grandes tinajas y vino peleón en el que solo falta una parada de metro, puesto que está a poco más de 40 kilómetros de la capital.
4. Patrones de arriba
Estamos ante el máximo exponenete de la arquitectura negra en toda la región. Encallado en una garganta yerma, las humildes casas de este pueblecito se alzan con piedras desnudas y se coronan con tejas de pizarra. El paseo por sus calles se convierte en un regateo a bares y tiendas de artesanía, mientras que, por el camino se encuentran lugares tan idílicos como el lavadero o la Iglesia de San José, que hoy alberga la oficina de turismo. También hay guiños a la Historia, con las constantes referencias al Rey de (los) Patones, la figura de antiguo alcalde y juez de paz anciano y sabio que embacuó a Carlos III, monarca que se acostumbró a llamar de este modo a todos los gobernantes locales con estas características.
5. Rascafría
En pleno valle del Lozoya, Rascafría destaca por ser un pueblo de arquitectura alegre entre montañas. La piedra (en su mayoría granito) reina entre fachadas coloridas. Pero su potencial está al lado del río. Siguiendo su curso se encuentra el Monasterio del Paular, uno de esos lugares a los que les sienta bien cualquier época del año, con su estilo gótico y barroco que atrae a miles de turistas. A su alrededor se levantan otros monumentos que rematan una visita como es el puente del perdón, el de la Reina o el Antiguo Molino de papel de los Batanes.
6. Manzanares el Real
Todos los moldes de los castillos de arena deberían de tener la forma del de los Mendoza. Esta monumental fortaleza gobierna todo el pueblo y atrae la mirada de todo visitante. Pero el pueblo tiene más, como los restos de su antiguo castillo o la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, epicentro de la vida de un pueblo muy de montaña. También se beneficia de estar entre la montaña y el «mar». A un lado está la mítica Pedriza, destino de excursiones escolares y rutas de senderismo; y al otro, el embalse de Santillana, que sobrecoge por su extensión y por la paz que trasmite.
7. Puebla de la Sierra
Este pueblo serrano sigue la misma fórmula de éxito que Patones, aunque sustituyendo los techos de pizarra por los de teja naranja. Açun así, el resultado es igual de idílico, gracias al puntito salvaje de su naturaleza verde y explosiva que la rodea. Un maridaje estupendo que se disfruta en parajes como en la ermita de Nuestra Señora de la Soledad. Además de hacer honor a su nombre, este lugar tiene el plus de la fuente y el lavadero, uno de esos conjuntos arquitectónicos rurales que inexpliablemente atrae a todo urbanita.
8. Cercedilla
Estamos ante uno de los pueblos más míticos de la Sierra de Guadarrama. Lo es por el simpático tren que lo une con la estación de Cotos, una de las líneas de montaña con más solera de España. También por sus alfombradas dehesas, meca del picnic en verano y por su calzada romana. El camino que sube hasta la Fuenfría cruza 4 puentes de origen romano que lo convierte en una de las vías más antiguas y mejor conservaas del mundo. El núcleo urbano crece acorde con su pasado, en torno a la estación y al puente del Reajo con casas de piedra y centros culturales que refuerzan su oferta turística. Aunque con estos parajes rodeándolo sea difícil resistir a la tentación y hacer el Heidi por las montañas.
9. Real Sitio de El Pardo, en el barrido del Pardo de Madrid
Vale, no es un pueblo, sino un barrio de Madrid. Pero, a efectos turísticos, tiene ese carácter de lugar apartado que logra cambiar el chip de todo el que recorre esa carretera rodeada de bosque y clubs de campo. El gran Palacio Real monopoliza la visita de este lugar y eclipsa otros placeres obligatorios commo subir hasta el Cristo del Pardo para contemplar la talla de Gregorio Fernández, pasear por los jardines de la Quinta del Duque de Arco o tratar de simpatizar con los gamos y los ciervos que pueblan todo el monte.
10. La Hiruela
¿Qué pinta un pueblecito en mitad de un paraje de reserva de la biosfera como es la Sierra del Rincón? Pues hacerlo más atractivo si cabe. Es cierto que La Hiruela no se entiende sin sus sendas hacia el monte y sus alrededores, pero su encanto urbanístico no se debe de menospreciar. Todo de piedra, todo ordenadito, puesto para la foto y para invitar a quedarse un rato al amor platónico de la lumbre. Su museo etnológico no estropea la visita, aunque tampoco es la panacea y sirve como centro neurálgico para los visitantes junto a su iglesia. Desde aquí parte la ruta de los molinos, una caminata para todos los públicos remontando el curso de un río Jarama aún joven, donde se fusionan a la perfección arquitectura y naturaleza sin molestar la una a la otra.
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