Estamos en una comunidad que busca ser un paraíso respetado. Aquí el Hombre dialoga con los árboles, aquí el Hombre sabe convivir con los arroyos y, lo que es más importante, aquí el Hombre ha sabido levantar pueblos que logran formar parte de un paisaje propio y particular sin invadir ni profanar.
Desde CasaToc viajamos a los pueblos más bonitos de Cantabria.
1. Comillas
Comillas tiene lo mejor delirio arquitectónico. Primero, porque está en un enclave casi imposible donde solo entra una línea de costa paralela a su playa y un pequeño puerto. Ahí empieza todo, en sus tascas y su brazo de piedra que protege a sus embarcaciones. Luego está su núcleo urbano protegido por las colinas, con calles empinadas y piedra a cascoporro. Hasta aquí todo más o menos normal. Hasta que uno echa la vista a lo alto y encuentra casoplones burgueses que asustan un poco, un cementerio de esculturas exuberantes con vistas al mar y un sinfín de edificios modernistas, donde el gran Gaudí dejó una de sus obras desterradas.
2. Santillana de Mar
Poco más se puede ensalzar a Santillana de Mar. Es bonita, quizás como la que más. Lo sabe, lo ensalza y lo reivindica, en una buena decena de callejuelas conservadas como antaño. Lo tiene todo, desde la Fundación Santillana (el toque cultural resguardado en la Torre de Don Borja), el rentable parador de turno y una oferta gastronómica de casi un restaurante por habitante donde se exhiben a buen precio los sabores cántabros. Y, por si quedaba alguna duda, siempre estará la imponente Colegiata asomando por la hermosísima calle Río.
3. Potes
Que no te engañen, que en Potes no solo hay que parar para avituallar antes de enfrentarse a los Picos de Europa. Cuesta concentrarse en el pueblo dado el entrono en el que se haya, pero no es justo obviar su corazón de agua y piedra. Los ríos Deva y Quiviesa imponen con su cauce los trazados de las calles y muchas acaban convirtiéndose en meros balcones donde mirar y escuchar el agua. Los paseos conducen hasta lugares emblemáticos como la Torre del Infantado o la iglesia de San Vicente. Una vez tachados estos lugares en el mapa, solo queda marchar para hollar las cumbres o para proseguir con la ruta Lebaniega.
4. San Vicente de la Barquera
Esta villa marinera resume la esencia rural de Cantabria. Su característico gótico montañés se luce en la Iglesia de Santa Mª de los Ángeles, el medievo bucólico se exhibe en el Santuario de la Barquera y el buen gusto para construir casas en el Palacio de la familia Corro. Seguimos con una sorprendente fortificación que se luce reflejada en las aguas como es el Castillo del Rey, donde se guarda, en forma de exposición, la historia de este lugar. Junto a la muralla, estos bastiones demuestran que toda su Puebla Vieja merecía la pena ser resguardada. Por último, está ese puente de la Maza, la forma más realista para vivir la sensación de andar sobre el agua.
5. Bárcena Mayor
Ojo, que de este pueblo se dice que es el más antiguo de toda España. Sea cierta o no esta fama, lo que sí que está claro es que es un lugar que no pertenece a nuestro tiempo. Está en medio de un valle, fuera de cualquier carretera principal y ajeno a cualquier innovación estilística. Todo es viejuno, montañés y muy rural. Cuenta con apenas dos calles peatonales sembradas de grandes casonas que datan de los siglos XVII y XVIII y que sorprenden por sus balcones de madera, su artesonado tradicional y las muchas flores que pueblan cada saliente. ¡Oh, qué encantador!.
6.Laredo
Aunque nos cueste, separemos sus espectaculares playas de la Puebla Vieja, el meollo histórico de Laredo. No es que no se lleven bien, lo que pasa es que las horas de salud que se invierten tirados en la arena fina condicionan y mucho el juicio. La Puebla Vieja nace de las primitivas 6 rúas, surgidas octogonalmente desde el corazón del municipio y protegidas por una muralla que enternece más que asusta a día de hoy. La parada ineludible es la iglesia de Santa María de la Asunción, que sorprende por la pomposidad de su ábside visto desde el exterior y por sus tres naves góticas del interior. Y luego, cómo no, esta ese antiguo puerto que se pasea por el muelle desde lo más viejo (barquitas de madera colorida) hasta lo más moderno (yates y veleros blancos y futuristas).
7. Liérganes
Otro río, otro pueblo bonito. En este caso es el matrimonio entre Liérganes y el Miera el responsable de más estampas de riberas idílicas. Culpa de ello la tienen sus puentes, siendo los de Liérganes y Rubalcaba los más característicos, con esa forma eminentemente norteña, propia de esta región y de su vecina Asturias. Paseando entre uno y otro se encuentra la escultura del hombre-pez, figura de la mitología cántabra o el Ecomuseo-Fluvarium de la Montaña y Cuencas Fluviales Pasiegas, un centro de interpretación donde se acaban salivando por culpa de los sobaos. Y, cómo no, también cuentan con un espléndido balneario con regusto centenario pero atenciones contemporáneas.
8. Suances
Dentro del conglomerado turístico-playero, Suances guarda algún rincón que le hace ser merecedor de entrar en esta lista. Como por ejemplo, ese barrio de la Cuba, con sabor marinero o algunas casas palaciegas como la de Fernando Velarde, en la vecina Hinojedo o la de los Polancos. La península del Dichoso, además de regalar vistas completas de las islitas que se alzan del Cantábrico, guarda resquicios de la defensa costera de El Torco, del Siglo XVII.
9. Mogrovejo
Estamos ante el pueblo por excelencia de os Picos de Europa, el lugar creado por el hombre más pintoresco bajo esas cumbres tan bonitas. Normalmente en este tipo de enclaves lo que se destaca es lo bonito que es en su conjunto, lo bien que se llevan las edificaciones con las montañas, etc. Pero sería muy vago decir esto de Mogrovejo. Si estuviera en pleno desierto de Gobi también sería hermoso, ya que edificios como su heroica torre (resquicio de su antiguo palacio condal) y el conjunto de plaza y parroquia tienen enjundia propia. El resto del pueblo está a la altura de las expectativas, con casas centenarias de balcones prominentes y calles que desconocen el concepto asfalto.
10. Castro Urdiales
El dominguerismo en las costumbres bilbaínas va unido a Castro Urdiales. Aquí peregrinan religiosamente familias vizcaínas, cruzando la frontera de las Comunidades Autónomas como si se tratara de un límite psicológico. ¿Las razones? Hay de sobra, desde el castillo de Santa Ana, con esos suaves torreones cilíndricos, esa altura desproporcionada (con el resto del pueblo) y ese monumental faro que atrae a todo visitante. Aún hay más, desde su iglesia gótica de Nuestra Señora de la Asunción hasta casas eclécticas como el palacete y jardines de los Ocharan o la neogótica «Los Chelines».
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