Lejos de los tópicos vacacionales, de las invasiones germanas y de los hoteles de lujo, las 7 islas guardan entre sus playas y volcanes verdadesros hallazgos rurales. Suelen ser un reclamo para excursiones lejos de la hamaca, donde vivir la experiencia sana de mezclarse con la artesaná y la coqueta arquitectura local. Y, sobre todo, compartir calles con gentes alegres que hacen su día a día al margen del hormigón y los menús políglotas.
Desde CasaToc viajamos a los pueblos más bonitos de Canarias.
Betancuria
La que fue la primera capital de todas las Canarias ha perdido con el tiempo el poder que le dio tal honor. Pero no pasó lo mismo con su monumentalidad, que ha sobrevivido como un oasis en el escarpado y yermo corazón de Fuerteventura. La iglesia de Santa María sirve como faro que guía a las floridas calles que llegan hasta su plaza. En ellas, balcones de madera cubiertos de alegres flores resaltan ante el blanco impoluto de las paredes, que buscan reflectar como pueden la luz y el calor. Y como punto determinante para la hambrreviva, las tiendas se abren ofreciendo el queso majorero, el producto alimenticio más exitoso de la isla.
Teguise
A la villa por excelencia de Lanzarote le pasa lo mismo que a Betancuria: le quitaron su función de capital administrativa. Y casi que le hicieron un favor puesto que se conserva como en sus mejores tiemos, antes de que apareciera el progreso en su forma más veraz. Como atractivos, sus numerosos palacios civiles que se reparten por callejuelas que vierten a su iglesia, el edificio más alto de la localidad. Cuando llega el mercadillo dominguero, el pueblo se transforma en una fiesta y las tiendas ambulantes colorean las aceras. El trasiego de este día siempre se puede disfrutar desde la tranquilidad, observando al pueblo como si fuera un Gran Hermano desde el castillo de Santa Bárbara.
Garachico
Parece una perogrullada o una contradicción, pero aquí se recomienda el uso del bañador. Para visitar Garachico en condiciones hay que sucumbir a la tentación de remojarse en sus piscinas naturales, aprovechando que la lava tomó un camino caprichoso y juguetón antes de solidificarse. Y después, mientras se seca uno, lo ideal es zambullirse en el ligero bullicio de sus casi 20 iglesias, descubriendo algún templo díscolo con la armonía del blanco sobre piedra volcánica como la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles. El sosiego y la alegría la ponen las plazas de la Pila y de la Libertad.
Caleta de Famara
Y entonces… llegó el surf. A este pueblito pesquero, humilde, dejado de la mano de Dios y de la de César Marrique un día llegaron los domadores de olas para darle un empujón. Y lo hicieron muy bien, conservando las calles sin asfaltar, repoblando casas y balcones y colorenado los locales con las exóticas tonalidades de las playas, los bañadores y el estilo surfero. Algo que no desentona cuando se descubre el puertecito y su coqueta ermita que atrae las miradas con los verdes y azules de su puerta. Un claro ejemplo de que, en las Canarias, cuando ven algo de madera, rápido corren a pintarlo.
Santa Cruz de la Palma
Otra pequeña licencia, esta vez con la capital de La Palma. Bueno, quizás no lo sea tanto si tenemos en cuenta que su casco histórico mantiene su viejo estatus de pueblo. El carácter exótico de toda la isla sirvió como un pequeño laboratorio donde testar, probar y disfrutar de la arquitectura colonial que luego se acabaría implantando en todo Hispanoamérica. La casa Salazar, el Ayuntamiento o la Iglesia de San Francisco dan fe de ello y le quitan al municipio ese halo de espacio adminsitrativo y estación de paso para la sobrecogedora Caldera de Taburiente.
Santiago del Teide
Este municipio tinerfeño juega con algo de ventaja ya que, por un lado, aglutina varias localidades de la parte más salvaje de la isla y, por el otro, vive dominado por la estampa sempiterna del Teide. Y, por si fuera poco, tiene una capital puramente tradicional, con una casa consistorial de estilo canario que conserva pinturas atribuidas a la heterogénea escuela de Sevilla. El resto del pueblo no traiciona las expectativas: construcciones blancas, iglesia con su torre de piel blanca y un skyline donde el gran volcán atrae las miradas. Del resto del municipio cabe resaltar el titánico acantilado de los Gigantes, una excursión que merece ser hecha en barco, no vaya a ser que suene la flauta y se puedan avistar algunos cetáceos.
La Orotova
Estamos ante la apoteosis del lado verde de Tenerife, ante la perfecta comunión entre hombre y naturaleza, donde ambos conviven con todas las comodidades. Un paseo por La Orotava se resume en palmeras que no dejar ver casas y viceversa. Pero los edificios que «hay que ver» sí que se lucen, como la sorprendente iglesia de la Concepción o la hiperfotografiada casa de los balcones. Como muestra de la cara más salcaje está la Hijuela del Botánico, donde en poco espacio se lucen las especies más rarunas de la flora tinerfeña; y los palaciegos jardines Victoria.
Arucas
Arucas es la meca del ron y del neogótico. Lo primero le dio durante años la prosperidad necesaria como para regar el pueblo con impresionantes casoplones y calles monumentales como León y Castillo o Heredad. En ellas, los terratenientes y gobernantes mostraban su poder adquisitivo en lo que se podría considerar como uno de los primeros pueblos pijos de toda España. Este hecho lo corroboran sus hermosos jardines y su particular catedral. San Juan Bautista no está consagrada como catedral, solamente como iglesia. Lo que sucede es que el resultado neogótico es tan impresionante que es difícil quitarle esta designación superior. Pero un templo tan minuciosamente decorado en piedra negra es tan chocante como satisfactorio.
San Sebastián de la Gomera
Puede ser que el hecho de ser la capital de la Gomera le dé a San Sebastián un punto a su favor para entrar en este ránking. Pero que nadie dude ni de su humilde tamaño ni de su bella factura. Regatea perfectamente su condición de puerto para lavantar frente a su playa preciosos ejemplos de la arquitectura local como la Torre del Conde o la Casa de Colón. Las inmediaciones de la Calle Real y la Iglesia de la Asunción regalan algunos rincones de paredes coloridas y terrazas animadas. Siempre que se evite caer en la tentación del bañito y la crema solar, claro.
Puerto de Mogán
¡Sí se puede! El construir nuevas urbanizaciones costeras no está reñido con el respeto a la tradición y el buen gusto. La demostración palpable es el puerto de Mogán, con sus canales a lo veneciano, sus apartamentos de estilo popular, blancos y de poca altura y sus floridas enredaderas que tintan la panorámica. Otro logro es conservar un puerto tradicional, de pequeñas embarcaciones de colores que logran hacerle olvidar al visitante que está ante un pueblo contemporáneo. Mogán es una buena noticia y una tarde al sol muy recomendable.
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