Galicia ha de recorrerse de arriba abajo sorteando densos bosques, cruzando ríos salvajes y saludando peregrinos. Por eso, más allá de su gastronomía y sus ciudades palpitantes, aquí nos quedamos con sus pueblos más bonitos como una vuelta al estilo de vida primitivo. Y, aunque ha sido difícil elegir por la diversidad cultural y paisajística, trazamos una ruta por los mejores, buscando sus cruceiros y sellando un camino a Santiago infinito.
Desde CasaToc viajamos a los pueblos más bonitos de Galicia.
Mondoñedo, Lugo
He aquí el ejemplo gallego de «¿Qué hace una catedral como tú en un pueblo como éste?». Una diócesis humilde gobernando una tierra rural y dándole enjundia a una localidad como Mondoñedo. Conocida como catedral arrodillada (perfectas proporciones, pequeño tamaño) surgen a su alrededor calles engalanadas de blanco y alegradas con cristaleras por las que el agua de lluvia llora mejor. Luego está esa retahíla de monumentos civiles y religiosos, pero mientras el sol respete, hay que darse al callejeo especular de Mondoñedo.
Muros, A Coruña
Muros es todo lo que se puede esperar de un pueblo pesquero gallego. Y eso se comprueba en su puerto, saboreando sus tascas y dejándose hipnotizar por el balanceo de las barcas. ¿Y ya está? Pues no. En Muros nace el sinsentido de sus calles caóticas por las que aparecen hórreos y pequeñas ermitas a cada paso. Un paso más conlleva acercarse hasta su famoso molino de Marea o a los petroglifos de los diferentes yacimientos que se hayan en el concello.
Combarro, Pontevedra
¿Estás buscando un pueblo que resuma las características arquitectónicas populares de Galicia? Pues Combarro es su elegido. Simplemente sus hórreos desafinando al mar son ya un atractivo de una costa que lejos está de parecerse a la de sol y playa (aunque a veces haya). Alejándose del gran icono de este pueblo se van descubriendo otros rasgos rurales de la tierra, como son los cruceiros que reinan en cualquier plazuela y ante cualquier tipo de edificio o los soportales de madera de los que tratan de escapar plantas colgantes en primavera.
San Andrés de Teixido, A Coruña
Las pocas calles que forman San Andrés de Teixido tienen un denominador común: una mezcla un tanto marciana del color blanco con los grandes pedruscos de sus fachadas. A veces parece la versión de un perro dálmata, con un juego cromático impactante. Este lugar dejado de la mano del hombre sobrevive gracias a sus famosa romería y a todas las leyendas que surgen alrededor del lugar y que tienen a su salvaje entorno como protagonista. El santuario de San Andrés se acaba llevando todos los flashes aunque no hay que dejar de maravillarse ante los acantilados de Vixía Herbeira, una vista con efecto narcótico pero bueno para la salud.
Tui, Pontevedra
Los caprichos orográficos de Galicia no suelen permitir que haya un cerro dominante al pie de un río. Y cuando hay alguno, bien que se puebla y se embellece. Eso sucede con Tui, un enclave a orillas del Miño que pone los puntos sobre las íes con su sorprendente catedral en lo más alto. Y es que lo que supone que tiene que servir para rezar, en este caso parece querer asustar a los vecinos portugueses con su aspecto de fortaleza y su soberana altura. Entre este punto y el río se encuentran lugares curiosos como el túnel de las monjas clarisas o avenidas señoriales como el Paseo de la Corredera. Unas cuantas razones para no cruzar instintivamente el Puente, llegar a Valença do Minho y liarse a comprar sábanas y toallas.
Betanzos, A Coruña
Betanzos cuenta con tres iglesias góticas que le dan carácter: Santiago, Santa María do Azogue y San Francisco. Ésta última contiene los más carismáticos sepulcros medievales, como el de Pérez de Andrade, sostenido por dos animales símbolo de su linaje, el jabalí y el oso. También son reseñables los pazos de Bendaña, Taboada y torre Lanxós, y un sorprendente parque, «O pasatempo», cuyos artífices se anticiparon al concepto del moderno parque temático.
En Betanzos podemos degustar el vino local, ligero y afrutado, que se sirve entre otros en rústicos locales cuyo único distintivo es una rama de laurel en la puerta.
O Cebreiro, Lugo
O Cebreiro recibe a Galicia al Camino de Santiago. El peregrino, inocente él, ha sobrevivido a la subida del puerto para llegar hasta este pueblo. Y sí, esta primera meta gallega merece la pena. Entre sus destartaladas calles aparecen como setas las famosas pallozas, casas primitivas del noroeste español. En una de ellas se abre cada día un museo etnográfico que no hace más que resaltar lo sencillo de la vida en estos lugares. Pero esto no es lo único viejo que conserva esta localidad, también está su magnífica y prerrománica iglesia de Santa María, nada más y nada menos que del siglo IX. Vamos, que el primer contacto del Camino con terras galegas es toda una declaración de intenciones.
Allariz, Ourense
El rey Alfonso X El Sabio residió durante una buena época de su vida y se educó en Allariz.
Allariz saca a reducir sus restos de la muralla, su iglesia de Santiago, su convento de Santa Clara y su sorprendente barrio judío. Porque, la verdad, es sorprendente encontrarse en este rincón del mundo un barrio extramuros tan grande y tan bien conservado.
Cambados, Pontevedra
En el centro de las Rías Bajas, al ser humano gallego decidió retar a la belleza violenta del Atlántico levantando un pueblo que más bien parece un museo de piedra. Como si nada, agrupó en un mismo pueblo una serie de pazos y monumentos religiosos que hoy hace que se convierta en la localidad más monumental de todo el Salnés. Los rincones impactantes se dividen entre los que siguen en pie, como el Pazo de Fefiñanes y sus preciosos balcones redondos o el Pazo de Ulloa, y los que están temblando ante el paso del tiempo. Santa Mariña do Dozo se ha convertido, sin quererlo, en uno de los lugares más destacados de Cambados gracias a la belleza de sus ruinas, de sus arcos que ponen límites a la bóveda celeste.
Viveiro, Lugo
Viveiro es uno de esos pueblos que abrazan al Cantábrico y no al revés. Situado en una ría homónima, Viveiro ni teme a las olas ni a lo que traigan los barcos. Porque es más chulo que un ocho, tanto que se ha olvidado de sus viejas murallas, pero ha dejado perdurar las viejas puertas que las atravesaban. Sus iglesias más importantes se pelean a ver cuál llega más alto y capta a más feligreses. Tanto, que su casco histórico y su puerto no tira solo de recursos marineros, sino que presume de fachadas arco iris y de balcones modernistas.
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